Relato "Luz de lluvia" (un cuento en una guerra)
LUZ DE LLUVIA
I
Erase una vez......
Una niña muy linda, morena de pelo azabache, con rizos preciosos, de nombre Karim.
Tenía siete años y vivía entre el desierto y las montañas del Gilboa', donde nace el río Qishon, en un pueblo llamado "Luz de LLuvia".
Era aquel un pueblo pequeño, de casas blancas de poca altura, de calles de arena, inclinadas, rodeado por el norte por los juncos que bordeaban el río. En otros tiempos también tuvieron tierras de cultivo y olivos.
Ahora era solamente una tierra casi abandonada. Sus calles estaban plagadas de carteles anunciando muerte, y las casas parecían viejos vestidos rotos, llenos de descosidos por la miseria y el odio.
Pero sus habitantes se resistían a abandonar el pueblo, y seguían viviendo como podían, entre escombros, sudor, desprecio y pobreza.
-
A Karim la gustaba jugar mucho con una muñeca que había inventado su padre hace tiempo, una muñeca ahora rota, hecha con los alambres de un casco de soldado abandonado, y con los restos de una almohada. Era su muñeca preferida, y la quería como si fuera su hermana y su única familia.
¿Su única familia? No, también quería mucho a un árbol.
-
Muy cerca, en las afueras del pueblo, en lo alto de una colina que permite divisar todo el terreno, descansa un viejo tanque abandonado, de la guerra del 48, con la piel oxidada, convertido en chatarra.
En el interior del mismo, ha ido creciendo un pequeño árbol, un precioso olivo.
Y la niña, la única que parece conocer ese secreto, la única que parece dar algún valor a aquel tanque, va a visitarlo todos los días.
Se sienta en su interior, y le cuenta al árbol como tiene que crecer para poder dar olivos, sombra y cobijo a ella y a su muñeca.
II
La niña, regresa siempre a su pueblo al atardecer, con su muleta al hombro, pues le falta media pierna, recuerdo de un misil perdido que fue a parar a su casa.
Desde que sucedió aquello, vive en la casa de unos vecinos, pues no sabe ya donde están sus padres, ni su hermano pequeño, ni su perro.
Los vecinos la acogieron como una hija más, y ella no pregunta nada. Sabe que no debe preguntar, que no siempre existen respuestas.
La vecina que la acogió fue en su día la maestra de la ahora destartalada escuela,
enseñando a niños como ella. Aquella mujer era muy culta, había estudiado en París, y de joven fue realmente guapa. Apasionada de los libros, había viajado por toda Europa y sabía varios idiomas. Pero esta eterna guerra la había ajado el rostro antes de tiempo. Nadie diría al verla, que tuvo tantos admiradores en sus tiempos de estudiante en Francia.
Ahora la escuela estaba medio destruida, y la única sabiduría que cobijaba era la que surje del miedo y el instinto de supervivencia.
Karim sabe muy bien saltarse los controles para llegar a la colina donde duerme su tanque, a pesar de estar prácticamente asediados por el ejército.
Un día se coló en la escuela abandonada que había sido bombardeada hace tiempo. En la pared trasera de los baños, Karim encontró un agujero medio tapado por los cascotes. Aquella pared daba al exterior, pegada a una maraña de arbustos y juncos medio secos. Allí termina el pueblo.
Y por allí sale ella todos los días, arrastrándose entre piedras y juncos hasta llegar a un viejo y pequeño muro que la esconde. Después sube por un camino estrecho rodeando el monte donde, arriba del todo, duerme su viejo tanque y crece su olivo.
III
Poco a poco, Karim va almacenando en su hogar de hierro pequeños objetos que cada día recolecta en el pueblo, y que se encuentra en su vagabundear diario, y como si fueran un gran tesoro los esconde en el interior del tanque, al pie del olivo, como si aquella fuera su casa.
Balines perdidos por las calles, zapatillas rotas, cristales de colores y formas diversas, prendas, ropas manchadas y olvidadas, botones, cazos y restos de utensilios de cocina.
Y muchas, muchas hojas escritas, sueltas, quemadas y algunas rotas, seguramente restos de libros, de cuadernos de notas, de medicamentos ó de paquetes de alimentos.
Le cuesta volver al pueblo.
"Quizás un día el olivo me conduzca el tanque abandonado hasta donde están mis padres" piensa ella. Mira por un agujero de la oxidada chapa de la torreta del tanque.
Desde allí se divisa el pueblo. Polvo, arena, guijarros, juncos.
Un sonido lejano hace temblar la tierra de vez en cuando. No son las cosechadoras ni los tractores, que ya no hay casi combustible, sino el retumbar de los tanques. Ese sonido a chicharra metálica.
De vez en cuando le llegan los ecos de disparos, ráfagas lejanas que golpetean el aire muy rápidamente. Algunas veces, explosiones, otras, gritos y luego silencio.
Aquel tanque parecía que fuera su único amigo. De todos, era el único que no la intimidaba, que la protegía de las balas, del ruido, del olor a gasolina y a pólvora que siempre embadurnaba las calles de su pueblo. Era silencioso, tranquilo y acogedor.
IV
Una tarde de un día cualquiera, comenzó el ataque en el pueblo, sin previo aviso.
Todos en la casa se dirigieron como siempre al sótano, el lugar más seguro.
Las paredes de la casa vibraban con el ronroneo continuo de los motores y las cadenas de los carros blindados que intentaban atravesar las calles, rozando y golpeando las paredes adyacentes.
Se escuchaban los disparos; sonidos secos, fuertes, dispersos en el tiempo. De vez en cuando, un cañonazo tronando a lo lejos, y un ligero temblor de tierra al derrumbarse parte de una casa. Y los gritos. Gritos en la noche.
Sin luz, a oscuras como siempre.
Karim recuerda de repente, asustada, que su muñeca se ha quedado en el tanque, junto al olivo. Y siente la necesidad de ir a por ella.
Aunque la gritaron, nadie la pudo detener.
Salió a la carrera de aquel sótano, cruzando la puerta de la calle sin pensar siquiera.
V
Allí fuera, Karim no distingue nada especial, excepto el silbido de los disparos y la calle que parece muerta, desierta.
Mientras corría como una loca hacia la escuela, escucha los silbidos de bala detrás suya.
Cuando se encontraba muy cerca de la puerta de la escuela, un tanque asomaba su trompa por la calle.
El capitán del carro de combate ha creído ver a alguien entrar corriendo en la escuela, y manda a su torre girar, apuntando su cañón hacia la escuela.
Karim ya ha entrado en la escuela, y divisa el agujero por el que siempre consigue salir.
Suena de pronto un fogonazo, como un trueno, sordo, violento.
VI
La maestra salió del sótano dando un traspiés para coger a Karim.
Llegó a la puerta de la casa justo a tiempo para distinguir a la niña correr hacia la escuela y decidió salir tras ella.
Tenia que conseguir que regresara, tenia que protegerla.
Pero cuando la mujer se encontraba cruzando la calle a la carrera, se paró en seco.
Notó perfectamente como el suelo vibraba, anunciando que un carro blindado se acercaba por aquella maltrecha y empinada calle.
Y el tanque apareció de repente, grande y sombrío, frente a ella.
Y ella, entre el tanque y la escuela.
Gritos desde la torreta. Un militar histérico la gritaba para que se apartara.
La mujer sintió un pánico tremendo, pero la niña en la escuela.
No podía retroceder.
Ni avanzar.
La torreta del blindado parecía indecisa, si girar hacia ella ó hacia la escuela. El comandante del blindado hacía gestos histéricos, acompañados de gritos que ella prefería no entender.
Y entonces, decidió sentarse en el suelo. Sentía que la vida había tocado a su fin.
La torreta del blindado giraba lentamente hacia ella.
Pasaron así unos segundos que parecieron eternos.
Anochecía antes de tiempo. Las nubes comenzaban a viajar negras y rápidas por el cielo, presagiando tormenta, y el Sol parecía esconderse, avergonzado.
De repente, comenzó a tronar el cielo; con fuerza, con una rabia inaudita, de muchos años contenida. Y un aguacero enorme comenzó a caer, entre relámpagos y truenos.
VII
Karim pudo por fin alcanzar el tanque abandonado, su casita en el árbol.
Allí estaba su muñeca, sana y salva. El árbol la cuidaba.
Karim tenía miedo. Le habló a su tanque, para pedirle que la cuidara en su vuelta y
miró desde el interior hacia el pueblo.
Caía la lluvia a chorros, como nunca recordaba ella. Tenía que regresar a su casa, y comprendió que los demás estarían preocupados, esperándola.
Debía regresar ya.
Y así, empapada, con su muñeca apretada bajo un brazo y su muleta en el otro, bajó como pudo el monte, mientras los relámpagos iluminaban su tanque y el viento movía las ramitas del olivo, como si ambos la despidieran.
Se arrastró por el barro, entre los juncos, hasta alcanzar el muro, y entró de nuevo en la escuela.
VIII
El tanque disparó muy cerca de la maestra, derribando parte de una casa cercana. Una nube de cascotes primero, y polvo después, tapó la escena. Entre el estruendo del disparo y la tormenta que se había desatado, el comandante del blindado no distinguía nada, y mandó avanzar un poco más hacia la mujer. Pero era tal el barro que se había acumulado en pocos minutos, era tal la cantidad de agua que corría por la calle, era tal el manto de lluvia que tapaba la visión, que el soldado que conducía el carro apenas podía maniobrar.
Ya no se divisaba a la mujer, y el soldado pensó que quizás estaba bajo los cascotes caídos con el anterior disparo.
Entonces el soldado intentó girar la torreta hacia la escuela, pero...
increíblemente el tanque patinó de costado, resbalando por la empinada calle, y el cañón del blindado quedó atrapado entre las esquinas de dos casas muy cercanas. Las calles eran tan pequeñas que no quedaba espacio suficiente para maniobrar.
El capitán comenzó a desesperarse, y soltó toda clase de insultos.
El conductor, frustrado, pudo divisar entonces la sombra de una mujer corriendo hacia la escuela.
IX
Una mano agarró fuertemente las muñecas de la niña, arrastrándola de cuajo hacia el interior de la escuela.
-Shhhhh... -le susurró la mujer a Karim, que la miraba atónita. Ambas se miraron, asustadas.
La maestra arrimó a la niña junto a ella y la condujo hacia la desvencijada escalera de madera, la que conducía al tejado de la escuela. Allí abrió una trampilla pequeña y salieron al tejado. Llovía a mares.
Los rayos iluminaban el cielo, con más intensidad que los disparos de los cañones y los fusiles.
Tejado por tejado, con cuidado para no caerse, la mujer y la niña se arrastraban de casa en casa, intentando regresar, alejándose de la escuela.
Pero era imposible cruzar la calle de aquella forma.
En la calle se divisaba al blindado atascado. Dos o tres militares armados salían del mismo. No tardarían en subir al techo de la escuela.
A lo lejos se distinguían destellos fugaces saliendo de los tejados, disparos de fusil
de los francotiradores, agazapados para cazar, uno a uno, civiles. Imposible tampoco seguir avanzando en esa dirección.
Tenía que tomar una decisión. La maestra pensaba deprisa.
Miró el tejado de la casa de al lado, unas ruinas abandonadas, una casa destruida hacía tiempo. Tenía una enorme chimenea negra, que las taparía bien de la vista de los soldados, y tan sólo habría que dar un pequeño salto. Allí podrían esconderse hasta que pasara el peligro, o se le ocurriera algo mejor.
Y dicho y hecho, la mujer ayudó a saltar a la niña, saltando ella después, con la muleta y la muñeca en sus manos.
Tumbadas sobre el tejado, detrás de la chimenea, se escondieron bajo la túnica negra de la maestra, echándosela por encima para no ser vistas.
Así pasaron la noche, dándose mutuamente calor y algo de valor.
La maestra a la niña, la niña a la muñeca.
Durante el resto de la noche, no paró de llover a mares. Los truenos eran ensordecedores y parecían querer competir con el fuego de los soldados y los cañoñazos de los tanques.
Con la luz de los relámpagos Karim divisaba a lo lejos, en la colina, a su tanque.
A ella le parecía que hubiera cobrado vida, y que muy enfadado, lanzaba rayos sobre el pueblo, para alejar a los soldados.
X
Amanecía. Todavía llovía débilmente a lo lejos. Los disparos hacia mucho tiempo que habían cesado. Los soldados se habían retirado. No tuvieron forma de avanzar por aquel barrizal, por aquellas inclinadas calles, tan estrechas, y a pie, no se atrevían.
El Sol comenzó a calentar nuevamente las caras de Karim y la maestra. La niña miró a su espalda, hacia las casas.
Un inmenso y precioso arco iris cruzaba el pueblo, y parecía nacer justo en la cima del monte, donde se encontraba su tanque y su querido olivo.
Karim sonrió para sí. No tenía ninguna duda que eran ellos quienes las habían protegido.
-¡Luz de lluvia! - exclamó la niña, señalando su arco iris.
La maestra sonrió, abrazó muy fuerte a Karim y regresó con ella de la mano, ya sin miedo, a su casa.
FIN
Escrito por MigueL ÁngeL W. "Mawey" el 13 de Febrero del 2003 ®
[Dedicado a los niños de siete años que murieron en la escuela.
A Rajah, la mujer que pudo salvar su vida una noche huyendo por el tejado.
A Yiad el escocés que murió porque iba armado con un móvil en su mano, ayudando a evacuar a los civiles.
A todas las personas que allí no saben cuando les tocará morir.
A mi hermana, y sus compañeros, que contaron los minutos por balas, y los días, por muertos.]
I
Erase una vez......
Una niña muy linda, morena de pelo azabache, con rizos preciosos, de nombre Karim.
Tenía siete años y vivía entre el desierto y las montañas del Gilboa', donde nace el río Qishon, en un pueblo llamado "Luz de LLuvia".
Era aquel un pueblo pequeño, de casas blancas de poca altura, de calles de arena, inclinadas, rodeado por el norte por los juncos que bordeaban el río. En otros tiempos también tuvieron tierras de cultivo y olivos.
Ahora era solamente una tierra casi abandonada. Sus calles estaban plagadas de carteles anunciando muerte, y las casas parecían viejos vestidos rotos, llenos de descosidos por la miseria y el odio.
Pero sus habitantes se resistían a abandonar el pueblo, y seguían viviendo como podían, entre escombros, sudor, desprecio y pobreza.
-
A Karim la gustaba jugar mucho con una muñeca que había inventado su padre hace tiempo, una muñeca ahora rota, hecha con los alambres de un casco de soldado abandonado, y con los restos de una almohada. Era su muñeca preferida, y la quería como si fuera su hermana y su única familia.
¿Su única familia? No, también quería mucho a un árbol.
-
Muy cerca, en las afueras del pueblo, en lo alto de una colina que permite divisar todo el terreno, descansa un viejo tanque abandonado, de la guerra del 48, con la piel oxidada, convertido en chatarra.
En el interior del mismo, ha ido creciendo un pequeño árbol, un precioso olivo.
Y la niña, la única que parece conocer ese secreto, la única que parece dar algún valor a aquel tanque, va a visitarlo todos los días.
Se sienta en su interior, y le cuenta al árbol como tiene que crecer para poder dar olivos, sombra y cobijo a ella y a su muñeca.
II
La niña, regresa siempre a su pueblo al atardecer, con su muleta al hombro, pues le falta media pierna, recuerdo de un misil perdido que fue a parar a su casa.
Desde que sucedió aquello, vive en la casa de unos vecinos, pues no sabe ya donde están sus padres, ni su hermano pequeño, ni su perro.
Los vecinos la acogieron como una hija más, y ella no pregunta nada. Sabe que no debe preguntar, que no siempre existen respuestas.
La vecina que la acogió fue en su día la maestra de la ahora destartalada escuela,
enseñando a niños como ella. Aquella mujer era muy culta, había estudiado en París, y de joven fue realmente guapa. Apasionada de los libros, había viajado por toda Europa y sabía varios idiomas. Pero esta eterna guerra la había ajado el rostro antes de tiempo. Nadie diría al verla, que tuvo tantos admiradores en sus tiempos de estudiante en Francia.
Ahora la escuela estaba medio destruida, y la única sabiduría que cobijaba era la que surje del miedo y el instinto de supervivencia.
Karim sabe muy bien saltarse los controles para llegar a la colina donde duerme su tanque, a pesar de estar prácticamente asediados por el ejército.
Un día se coló en la escuela abandonada que había sido bombardeada hace tiempo. En la pared trasera de los baños, Karim encontró un agujero medio tapado por los cascotes. Aquella pared daba al exterior, pegada a una maraña de arbustos y juncos medio secos. Allí termina el pueblo.
Y por allí sale ella todos los días, arrastrándose entre piedras y juncos hasta llegar a un viejo y pequeño muro que la esconde. Después sube por un camino estrecho rodeando el monte donde, arriba del todo, duerme su viejo tanque y crece su olivo.
III
Poco a poco, Karim va almacenando en su hogar de hierro pequeños objetos que cada día recolecta en el pueblo, y que se encuentra en su vagabundear diario, y como si fueran un gran tesoro los esconde en el interior del tanque, al pie del olivo, como si aquella fuera su casa.
Balines perdidos por las calles, zapatillas rotas, cristales de colores y formas diversas, prendas, ropas manchadas y olvidadas, botones, cazos y restos de utensilios de cocina.
Y muchas, muchas hojas escritas, sueltas, quemadas y algunas rotas, seguramente restos de libros, de cuadernos de notas, de medicamentos ó de paquetes de alimentos.
Le cuesta volver al pueblo.
"Quizás un día el olivo me conduzca el tanque abandonado hasta donde están mis padres" piensa ella. Mira por un agujero de la oxidada chapa de la torreta del tanque.
Desde allí se divisa el pueblo. Polvo, arena, guijarros, juncos.
Un sonido lejano hace temblar la tierra de vez en cuando. No son las cosechadoras ni los tractores, que ya no hay casi combustible, sino el retumbar de los tanques. Ese sonido a chicharra metálica.
De vez en cuando le llegan los ecos de disparos, ráfagas lejanas que golpetean el aire muy rápidamente. Algunas veces, explosiones, otras, gritos y luego silencio.
Aquel tanque parecía que fuera su único amigo. De todos, era el único que no la intimidaba, que la protegía de las balas, del ruido, del olor a gasolina y a pólvora que siempre embadurnaba las calles de su pueblo. Era silencioso, tranquilo y acogedor.
IV
Una tarde de un día cualquiera, comenzó el ataque en el pueblo, sin previo aviso.
Todos en la casa se dirigieron como siempre al sótano, el lugar más seguro.
Las paredes de la casa vibraban con el ronroneo continuo de los motores y las cadenas de los carros blindados que intentaban atravesar las calles, rozando y golpeando las paredes adyacentes.
Se escuchaban los disparos; sonidos secos, fuertes, dispersos en el tiempo. De vez en cuando, un cañonazo tronando a lo lejos, y un ligero temblor de tierra al derrumbarse parte de una casa. Y los gritos. Gritos en la noche.
Sin luz, a oscuras como siempre.
Karim recuerda de repente, asustada, que su muñeca se ha quedado en el tanque, junto al olivo. Y siente la necesidad de ir a por ella.
Aunque la gritaron, nadie la pudo detener.
Salió a la carrera de aquel sótano, cruzando la puerta de la calle sin pensar siquiera.
V
Allí fuera, Karim no distingue nada especial, excepto el silbido de los disparos y la calle que parece muerta, desierta.
Mientras corría como una loca hacia la escuela, escucha los silbidos de bala detrás suya.
Cuando se encontraba muy cerca de la puerta de la escuela, un tanque asomaba su trompa por la calle.
El capitán del carro de combate ha creído ver a alguien entrar corriendo en la escuela, y manda a su torre girar, apuntando su cañón hacia la escuela.
Karim ya ha entrado en la escuela, y divisa el agujero por el que siempre consigue salir.
Suena de pronto un fogonazo, como un trueno, sordo, violento.
VI
La maestra salió del sótano dando un traspiés para coger a Karim.
Llegó a la puerta de la casa justo a tiempo para distinguir a la niña correr hacia la escuela y decidió salir tras ella.
Tenia que conseguir que regresara, tenia que protegerla.
Pero cuando la mujer se encontraba cruzando la calle a la carrera, se paró en seco.
Notó perfectamente como el suelo vibraba, anunciando que un carro blindado se acercaba por aquella maltrecha y empinada calle.
Y el tanque apareció de repente, grande y sombrío, frente a ella.
Y ella, entre el tanque y la escuela.
Gritos desde la torreta. Un militar histérico la gritaba para que se apartara.
La mujer sintió un pánico tremendo, pero la niña en la escuela.
No podía retroceder.
Ni avanzar.
La torreta del blindado parecía indecisa, si girar hacia ella ó hacia la escuela. El comandante del blindado hacía gestos histéricos, acompañados de gritos que ella prefería no entender.
Y entonces, decidió sentarse en el suelo. Sentía que la vida había tocado a su fin.
La torreta del blindado giraba lentamente hacia ella.
Pasaron así unos segundos que parecieron eternos.
Anochecía antes de tiempo. Las nubes comenzaban a viajar negras y rápidas por el cielo, presagiando tormenta, y el Sol parecía esconderse, avergonzado.
De repente, comenzó a tronar el cielo; con fuerza, con una rabia inaudita, de muchos años contenida. Y un aguacero enorme comenzó a caer, entre relámpagos y truenos.
VII
Karim pudo por fin alcanzar el tanque abandonado, su casita en el árbol.
Allí estaba su muñeca, sana y salva. El árbol la cuidaba.
Karim tenía miedo. Le habló a su tanque, para pedirle que la cuidara en su vuelta y
miró desde el interior hacia el pueblo.
Caía la lluvia a chorros, como nunca recordaba ella. Tenía que regresar a su casa, y comprendió que los demás estarían preocupados, esperándola.
Debía regresar ya.
Y así, empapada, con su muñeca apretada bajo un brazo y su muleta en el otro, bajó como pudo el monte, mientras los relámpagos iluminaban su tanque y el viento movía las ramitas del olivo, como si ambos la despidieran.
Se arrastró por el barro, entre los juncos, hasta alcanzar el muro, y entró de nuevo en la escuela.
VIII
El tanque disparó muy cerca de la maestra, derribando parte de una casa cercana. Una nube de cascotes primero, y polvo después, tapó la escena. Entre el estruendo del disparo y la tormenta que se había desatado, el comandante del blindado no distinguía nada, y mandó avanzar un poco más hacia la mujer. Pero era tal el barro que se había acumulado en pocos minutos, era tal la cantidad de agua que corría por la calle, era tal el manto de lluvia que tapaba la visión, que el soldado que conducía el carro apenas podía maniobrar.
Ya no se divisaba a la mujer, y el soldado pensó que quizás estaba bajo los cascotes caídos con el anterior disparo.
Entonces el soldado intentó girar la torreta hacia la escuela, pero...
increíblemente el tanque patinó de costado, resbalando por la empinada calle, y el cañón del blindado quedó atrapado entre las esquinas de dos casas muy cercanas. Las calles eran tan pequeñas que no quedaba espacio suficiente para maniobrar.
El capitán comenzó a desesperarse, y soltó toda clase de insultos.
El conductor, frustrado, pudo divisar entonces la sombra de una mujer corriendo hacia la escuela.
IX
Una mano agarró fuertemente las muñecas de la niña, arrastrándola de cuajo hacia el interior de la escuela.
-Shhhhh... -le susurró la mujer a Karim, que la miraba atónita. Ambas se miraron, asustadas.
La maestra arrimó a la niña junto a ella y la condujo hacia la desvencijada escalera de madera, la que conducía al tejado de la escuela. Allí abrió una trampilla pequeña y salieron al tejado. Llovía a mares.
Los rayos iluminaban el cielo, con más intensidad que los disparos de los cañones y los fusiles.
Tejado por tejado, con cuidado para no caerse, la mujer y la niña se arrastraban de casa en casa, intentando regresar, alejándose de la escuela.
Pero era imposible cruzar la calle de aquella forma.
En la calle se divisaba al blindado atascado. Dos o tres militares armados salían del mismo. No tardarían en subir al techo de la escuela.
A lo lejos se distinguían destellos fugaces saliendo de los tejados, disparos de fusil
de los francotiradores, agazapados para cazar, uno a uno, civiles. Imposible tampoco seguir avanzando en esa dirección.
Tenía que tomar una decisión. La maestra pensaba deprisa.
Miró el tejado de la casa de al lado, unas ruinas abandonadas, una casa destruida hacía tiempo. Tenía una enorme chimenea negra, que las taparía bien de la vista de los soldados, y tan sólo habría que dar un pequeño salto. Allí podrían esconderse hasta que pasara el peligro, o se le ocurriera algo mejor.
Y dicho y hecho, la mujer ayudó a saltar a la niña, saltando ella después, con la muleta y la muñeca en sus manos.
Tumbadas sobre el tejado, detrás de la chimenea, se escondieron bajo la túnica negra de la maestra, echándosela por encima para no ser vistas.
Así pasaron la noche, dándose mutuamente calor y algo de valor.
La maestra a la niña, la niña a la muñeca.
Durante el resto de la noche, no paró de llover a mares. Los truenos eran ensordecedores y parecían querer competir con el fuego de los soldados y los cañoñazos de los tanques.
Con la luz de los relámpagos Karim divisaba a lo lejos, en la colina, a su tanque.
A ella le parecía que hubiera cobrado vida, y que muy enfadado, lanzaba rayos sobre el pueblo, para alejar a los soldados.
X
Amanecía. Todavía llovía débilmente a lo lejos. Los disparos hacia mucho tiempo que habían cesado. Los soldados se habían retirado. No tuvieron forma de avanzar por aquel barrizal, por aquellas inclinadas calles, tan estrechas, y a pie, no se atrevían.
El Sol comenzó a calentar nuevamente las caras de Karim y la maestra. La niña miró a su espalda, hacia las casas.
Un inmenso y precioso arco iris cruzaba el pueblo, y parecía nacer justo en la cima del monte, donde se encontraba su tanque y su querido olivo.
Karim sonrió para sí. No tenía ninguna duda que eran ellos quienes las habían protegido.
-¡Luz de lluvia! - exclamó la niña, señalando su arco iris.
La maestra sonrió, abrazó muy fuerte a Karim y regresó con ella de la mano, ya sin miedo, a su casa.
FIN
Escrito por MigueL ÁngeL W. "Mawey" el 13 de Febrero del 2003 ®
[Dedicado a los niños de siete años que murieron en la escuela.
A Rajah, la mujer que pudo salvar su vida una noche huyendo por el tejado.
A Yiad el escocés que murió porque iba armado con un móvil en su mano, ayudando a evacuar a los civiles.
A todas las personas que allí no saben cuando les tocará morir.
A mi hermana, y sus compañeros, que contaron los minutos por balas, y los días, por muertos.]
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